UreA - Unidad de Redacción Inmediata

Espacio para el análisis de coyuntura y la opinión política

jueves, 8 de octubre de 2009

LA SECTA DEL PERRO


Adrián Restrepo Parra
Profesor
Instituto de Estudios Políticos
Miembro de UreA


Hace pocos días los medios de comunicación y los órganos de control estatal del país afirmaron la existencia de posibles irregularidades en la asignación de subsidios otorgados por el programa de Gobierno Agro Ingreso Seguro, dirigido por el Ministerio de Agricultura. Más allá de si los beneficiarios cumplieron cabalmente o no con eso de “como lo dice la ley”, la discusión en cuestión ha contado con la participación de algunos críticos de los medios de comunicación, dirigentes de partidos de oposición, analistas políticos y público en general.

Estos sectores sociales, independientemente de la legalidad de la asignación de los recursos de Agro Ingreso Seguro, encuentran cuestionable que la designación de los recursos del Estado, por medio del programa agrario, termine en las manos de un exclusivo grupo de familias que suelen ser reconocidas por su poderío económico y las “influencias políticas” en la vida nacional. Por supuesto, la situación se torna más escandalosa al contrastarla con las recientes estadísticas de pobreza las cuales indican que más del 50% de los pobres cayeron en indigencia; grandes cantidades de personas en condiciones de miseria que el Gobierno, honesto como es, reconoce que efectivamente existen.

En medio de todo ese barullo cabe preguntar ¿el escándalo es escándalo para quién? Ciertas fuerzas vivas de la sociedad son las escandalizadas, mientras el Gobierno, por su parte, muestra una pasmosa tranquilidad, digamos mejor, frescura, que compagina bien con los otros dos principios compañeros de viaje: desfachatez y perseverancia. Estos tres principios de comportamiento han sido los rasgos básicos del pensamiento cínico y guía de vida para los seguidores de esta forma de vida conocida históricamente como la Secta del Perro.

Diógenes Laercio, biógrafo de Diógenes Sinope, es quien describe el surgimiento de esta secta y sus postulados. Nos cuenta Diógenes Laercio que el viejo Sinope promovió el lema “trasmutar los valores”, asunto que hizo con actos más que con palabras. El estilo de vida de este filósofo resultó molesto para sus conciudadanos de época y condujo a que le pusieran el epíteto del perro. Ese apodo buscaba aplicar una sanción social, porque para ese entonces el perro designaba no sólo un animal sino también un ser que vive naturalmente, que sin ser humano convive con ellos, come de sus manos, recibe abrigo y, todo ello, sin tener que renunciar a ser lo que es, un animal. Pues bien, Diógenes Sinope, consecuente con su carácter, tomó el epíteto como reconocimiento e hizo del apodo y sus características un emblema de vida al encontrar en los comportamientos del perro, frescura, desfachatez y perseverancia, los principios para llevar una vida cínica. Así Diógenes Sinope dejó de ser el perro y pasó a llamarse el Perro.

El cinismo y los tres principios enunciados parecen formar parte de la guía de comportamiento del Gobierno colombiano. Veamos: una pasmosa tranquilidad del Gobierno que permite entender que Agro Ingreso Seguro junto con Carimagua, las empresas recicladoras, las zonas francas, entre otros, son escándalos para los actores distintos al Gobierno nacional y no para el Gobierno mismo, que de manera franca invita a callar a la crítica so pretexto de la legalidad que autoriza al beneficio de quienes mejor están socialmente. Sin embargo, el argumento legal no ha podido silenciar la crítica, pareciera ser que la legalidad empieza a cruzar la delgada línea de su legitimidad y ahora el público siente que de la ley no emana justicia sino privilegio.

Para el cínico empieza a valer que las decisiones estén revestidas de legalidad, socavando, sin pensarlo, los alcances de la misma ley. La flamante justicia que debe expresar la ley cae por el peso de los hechos sociales que tiran en la cara de las personas la fría respuesta: “así es esta realidad ¡y qué!” El cínico cada vez más dice su verdad, pero como el contenido de sus palabras es escandaloso para los demás, entonces, el cínico apela a la legalidad. La justicia ha salido corriendo de la legalidad de este país al escuchar los ladridos de los seguidores de la Secta del Perro. Las acciones de Gobierno prosiguen su manera peculiar de utilizar la ley, poca se inmutan cuando cuentan con más del 70% de popularidad, guarismo que da para sentirse frescos, asistimos a las facturas que cobra el Gobierno por el llamado “efecto teflón”, redondeado por la consigna de representar a las mayorías, y punto.

La frescura es ese punto de la vida en el cual la persona siente que es inmune al mundo, un cesar de la opinión del otro que le permite actuar libremente, al extremo de llevar a los perrunos a la desfachatez, o sea a la desvergüenza. El cínico busca mostrarse tal y como es, siguiendo el ejemplo del perro obra naturalmente, la naturaleza se impone, mucho más cuando el poder está del lado propio ¿alguien podrá gritar ¡el rey está desnudo!? Para sorpresa, el cínico “moderno” nos quita el problema de encima, él mismo grita a los cuatro vientos que le gusta estar como la naturaleza lo trajo al mundo.

De tan natural forma el Gobierno dice que es justo entregar dinero público a los mejor económicamente posicionados, siempre y cuando cumplan con los requisitos diseñados por el Gobierno; y, simultáneamente, el Gobierno acepta las altas cifras de pobreza ¿nos miente el Gobierno sobre estos asuntos? ¡No¡ honradez y realidad son lo mismo para el cínico, él y su frase lapidaria ¡sí, así soy¡ ¡y qué¡ y así es la naturaleza y así son las cosas ¡y qué¡

El cínico para consagrarse como tal requiere ser perseverante, perseverar en las dos virtudes anteriores, es decir, en la frescura y la desfachatez. Para el caso, la sucesión de escándalos ubicados en el plano económico dan muestra de la perseverancia del Gobierno por atender las demandas de emporios económicos (entre los cuales el sector financiero reluce) y políticos que hacen parte de la base que conduce la mayoría de Gobierno. En el plano económico, el Gobierno ha dado serias muestras de querer implantar una economía de mercado lo más moderna posible, los esfuerzos empeñados en tal empresa no han sido pocos y todos apuntan a insistir hasta lograr dicho cometido. Aunque para mejor claridad sobre la perseverancia, valga una pregunta ¿Qué puede decirse de la perseverancia que diga más que el mismo intento del Presidente por continuar en el poder por un tercer periodo?

Finalmente, es más que justo aclarar, a favor del cinismo clásico, que el Perro Mayor, Diógenes de Sinope –el fundador-, con esta doctrina pretendió burlarse del poder al tiempo que, como sabio, recorría el camino del conocimiento agitando la verdad sobre los poderosos; al decir de los griegos un acto de parresia, el cual es redimensionado por los cínicos de hoy, “modernos” que gustan, a contrapelo de la tradición clásica, quemar incienso al poder y usufructuar para bien propio el erario público. En otras palabras, los viejos cínicos podían serlo porque en cierto sentido no tenían “nada” que perder y por eso eran tan radicales contra el poder; por el contrario, nuestros cínicos lo son porque tienen la sartén por el mango y ponen su cinismo como una especie de demostración de que la realidad es así y no habría mucho que hacer al respecto.

lunes, 7 de septiembre de 2009

LA DESHUMANIZACIÓN DE LA POLÍTICA

Catalina Tabares Ochoa
Profesora Instituto de Estudios Políticos

El pasado 8 de julio (2009), el presidente Álvaro Uribe autorizó a la senadora Piedad Córdoba para facilitar la liberación de personas secuestradas por la FARC, eso sí con “algunas condiciones”, entre ellas, que la liberación sea de los 24 rehenes de la fuerza pública que aún permanecen en poder del grupo guerrillero, y que sean entregados los cuerpos de las tres personas que murieron en cautiverio, esto con el fin de acabar con lo que el presidente considera un “show político”.

Esta decisión que está claramente tomada por el guerrero y no por el humano, no es de extrañar, pero sí de cuestionar en un país que, en cabeza de su mandatario, ha tomado la mala costumbre de desconocer a las víctimas. Una vez más la pugna por el poder y el ansia de continuar legitimando un programa como el de la seguridad democrática, pasa por encima de seres humanos que están padeciendo, en condiciones infrahumanas, los rigores de una guerra a la que muchos no apostaron. Existe una absoluta invisibilización de quienes son los principales implicados en este asunto, los secuestrados y sus familias. Me pregunto ¿qué siente una esposa, una madre, un hijo al escuchar que el presidente de un país al cual se pertenece no autoriza una acción que quizás sea la única posibilidad de que el esposo, hijo o padre, salga de una selva en la que ha desperdiciado su vida durante desde hace 8, 9, 10 y hasta más años?

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LAS TRIBULACIONES DEL ALMA O LA REEDICIÓN DE SANTA TERESA DE JESUS

Fabio Humberto Giraldo J
Director Instituto Estudios Políticos

Vivo sin vivir en mí

Y tan alta vida espero

Con segunda reelección

Que muero porque no muere

Mi segunda presidencia.

Vivo ya fuera de mí

Porque sueño en el poder

Que me quiere para sí

A quien cuando mi alma le di

Puso en ella este letrero:

Sólo Reelección espero

Y muero porque no muere

Mi segunda presidencia.

Esta divina prisión

Del poder en que fui ungido

Lo ha hecho ser mi cautivo

Y causa en mi tal pasión

Que muero porque no muere

Mi segunda presidencia.

Ay qué largo este período

De incierta candidatura

Qué duros estos destierros

Con amigos indecisos

Esta cárcel, estos hierros,

En que mi alma está metida,

Sin tercera presidencia

Por un referendo incierto.

Sólo esperar la salida

Con o sin referendo

Me causa dolor tan fiero

Con las altísimas Cortes

Que muero porque no muere

Mi segunda presidencia.

Ay que espera tan amarga

Sin gozar de trielección

Porque si es dulce el poder

No lo es la esperanza larga.

Quíteme el referendo esta carga

Más pesada que el acero

Porque nada que se muere

Mi segunda presidencia.

Solo con la confianza vivo

Y con valeriana me ayudo

De que ha de morir ligero

Este segundo periodo

Como lo afirma mi alianza.

Trieleccción do el vivir se alcanza

No te tardes, que te espero,

Que muero porque no muere

Mi segunda presidencia.

Reelección no me seas esquiva

Que aquella vida de arriba

Una eterna presidencia

Que es la vida verdadera

No se goza estando viva

Vive muriendo primero

Mi segunda presidencia.

No te tardes que te espero

Mira que el deseo es fuerte

Poder, no seas tan molesto

Mira que sólo me resta

Para ganarte perderte

Venga ya la dulce muerte

De mi segunda presidencia.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Reelecciones presidenciales en América Latina: entre intereses y opiniones

Juan Carlos Arenas y Germán Darío Valencia Agudelo

El 15 de febrero de 1819, Simón Bolívar en su Discurso del Congreso de Angostura advertía que: “...nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerlo y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”. Casi dos siglos después pareciera que esta advertencia no tuviera vigencia. Hasta hoy, 14 de los 19 países que conforman América Latina, han aprobado dentro de sus marcos constitucionales la reelección presidencial. El último de ellos fue la República Bolivariana de Venezuela, que el 15 de febrero de 2009 permitió la reelección consecutiva e indefinida de su primer mandatario.
Esta situación contrasta con la costumbre de tres lustros atrás, cuando la reelección presidencial en los países latinoamericanos era casi inexistente. Hasta 1993, la mayoría de las constituciones de la región consagraban el principio de no reelección o de reelección pero con un periodo de por medio. Tal restricción –que Linz incluye dentro de las características de la rigidez del presidencialismo- estaba asociada con un pasado de gobiernos dictatoriales o jefes de Estado que de manera tiránica ocuparon el poder Ejecutivo por años e incluso por décadas. El juicio histórico asociaba estas experiencias con nefastas restricciones de las libertades, atropello a los derechos humanos y credenciales antidemocráticas de los regímenes. Algo de aquellos temores fundados estuvo en la base de los diseños institucionales en los que se abogaba por el fortalecimiento del republicanismo y la democracia, conservando dentro de sus principios políticos la rotación del poder.

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El Estado de Opinión como discurso

Adrián Restrepo Parra

Instituto de Estudios Políticos

El Presidente de la República instaló las sesiones del Congreso el 20 de julio pasado. De las palabras pronunciadas por el mandatario en ese evento, llama particularmente la atención el énfasis puesto en una categoría que, días antes, no pasaba de ser una “frasecita política”, como en su momento el profesor Fabio Giraldo denominó a la siguiente afirmación del Presidente: “la fase superior del Estado Social de Derecho es el Estado de Opinión”. En el texto leído por el Presidente en el Congreso, el Estado de Opinión cobró un lugar protagónico para justificar el carácter democrático de las Instituciones estatales ¿por qué “la frasecita política” dejó de ser una frase tirada a la audiencia de los medios de comunicación y pasó a convertirse en un discurso? La respuesta a esta pregunta permite avizorar el sentido de la democracia para el actual Gobierno y, especialmente, las acciones que la autoridad gubernamental pretende realizar bajo el manto de la legitimidad democrática.


1-La inducida polisemia del Estado de Opinión

La exótica categoría del Estado de Opinión (en mayúsculas) adquiere por lo menos tres matices en el texto pronunciado por el Presidente en la instalación del Congreso. El primer sentido alude al derecho del pueblo para manifestarse ante los gobernantes. En esta perspectiva, la opinión no sólo es la voz del pueblo, sino también el derecho que tal conglomerado ha ganado para expresar sus posiciones ante el ejercicio del poder soberano. El Estado de Opinión, según esta versión, permite la separación de los poderes y el control del Soberano por los ciudadanos al ceder derechos al pueblo para que éste pueda manifestarse ante las decisiones de los gobernantes.

El Estado de Opinión, fundado en el derecho del pueblo para manifestarse ante el poder, permite, en palabras del actual Gobierno, que aflore la controversia entre las ramas del poder. Acá empieza a figurarse la segunda acepción del término, para lo cual toma de la primera definición el derecho del pueblo a manifestar su propia opinión y, por este medio, controvertir las decisiones del poder, este rasgo lo aplica el Gobierno a las relaciones entre los poderes que constituyen el Estado.

En consecuencia, la segunda acepción que deviene del Estado de Opinión consiste en que cada rama del poder es autónoma porque puede manifestarse por iniciativa propia ante las otras ramas que conforman el Estado. La autonomía de las ramas del poder y su derecho a manifestar su opinión sobre asuntos públicos no está exenta de polémica, según la presentación que hizo el Gobierno, por ello acatar una orden de las ramas del poder dista de guardar silencio. Para el Gobierno, las decisiones públicas si bien deben ser acatadas, aún en esas circunstancias, prevalece el derecho a manifestar la opinión; con mayor razón si la orden que debe acogerse es considerada injusta por quien tiene que acatarla.

En otras palabras, el Gobierno considera que las decisiones del poder deben ser controvertidas cuando haya fundamento para la polémica. Cabe anotar que en el texto leído por el Presidente en el Congreso, los ejemplos que el Gobierno presentó sobre controversias de decisiones de las ramas del poder carecen, particularmente, de referencia sobre el derecho a polemizar las decisiones del Gobierno ¿habrá sido un olvido?

La tercera definición del Estado de Opinión está referida al mapa de la pluralidad política, es decir, Estado de Opinión es contar con el derecho para elegir entre diferentes tendencias políticas. Según esta versión, también elaborada por el Gobierno, el Estado de Opinión permite la manifestación de distintas tendencias políticas en la sociedad y su eventual elección para hacer parte del Estado. En esta última definición, el Estado de Opinión es democrático porque permite la expresión de diferentes tendencias políticas; más allá del partido único.

El Estado de Opinión aparece como una categoría polisémica que cuenta con tres definiciones: derecho del pueblo a la expresión, derecho a la controversia de las decisiones del poder y derecho a la pluralidad política. Dicha polisemia no es propiamente un defecto del concepto en su construcción histórica (pues al parecer la historia de este concepto empieza con este Gobierno), sino más bien un atributo que permite al actual Gobierno, bajo el manto de la democracia, justificar sus acciones –las pasadas y las venideras- para preservar su condición de poder.


2- Del hecho… al dicho

Las tres definiciones del Estado de Opinión no son postuladas por el Gobierno simplemente como un deber ser, aparecen, más bien, como logros del Gobierno en el horizonte de consolidar la democracia en Colombia. De acuerdo con esta óptica, el discurso del Estado de Opinión más que una utopía remite a una realidad concreta: los resultados democráticos consolidados por este Gobierno. Afirmación que estaría entonces sustentada en que el Gobierno no sólo permite la expresión del pueblo por medio de la prensa, sino también porque el Gobierno mismo es la encarnación de la opinión del pueblo puesta en las urnas. Es el Gobierno elegido por las mayorías, representa, por tanto, la voz del pueblo.

Este Gobierno también vendría a ser democrático porque promueve la controversia sin dejar de acatar los dictámenes de las autoridades estatales. De allí que, por ejemplo, las polémicas del Gobierno con las altas cortes no sean actos de desacato o la creación de un ambiente para deslegitimar las decisiones que restringen el poder del ejecutivo. ¡No! Según el Gobierno ello, por el contrario, hace parte del fortalecimiento del ambiente democrático.

Asimismo, debería inferirse que este Gobierno también sería democrático porque ha brindado seguridad para que las distintas tendencias políticas desarrollen sus campañas y, si las urnas los autorizan, constituyan parte del Estado. En esa medida, el trato tipo “aplanadora” que el Gobierno ha dado a la minoría política en el Congreso, el asedio a la oposición política por aparatos de inteligencia militar adscritos al ejecutivo, entre otros aspectos, entrarían como accesorios de poca monta al lado del principio democrático de la pluralidad de partidos.

El Estado de Opinión como discurso funciona tanto para adecuar los hechos a los valores democráticos como para persuadir al público de que las acciones de este Gobierno siempre estuvieron guiadas por esos valores que ahora, de manera sistemática y bajo la aparente rigurosidad conceptual, son presentados como los parámetros de actuación seguidos por el Gobierno en la procura de consolidar la democracia. De aceptarse este efecto del discurso presidencial, la oposición política y los críticos del Gobierno sólo les resta presentar al huésped de la casa de Nariño un largo pliego de excusas por haberle lanzado temerarias acusaciones sobre el carácter antidemocrático del actual régimen político.


3-Los sedimentos del Estado de Opinión

Los distintos tintes del Estado de Opinión en el discurso presidencial tienen en común que remiten a la idea de Estado y de democracia que el actual régimen viene estableciendo y en los cuales perseverará. Las palabras conllevan líneas de acción, insinúan realidades con presencias y ausencias, conforman las representaciones sociales de un orden determinado que, para el caso, un poder persiste en implementar.

El Estado de Opinión como fase superior del Estado Social de Derecho, conduce los ideales democráticos a su mínima expresión y quizá más allá si las instituciones ceden al principio de la mayoría. Por un lado, el carácter social del Estado desaparece en este discurso al enfatizar en el derecho de expresión y prensa, derechos que obviamente son fundamentales en una democracia; pero no pueden ser equiparables a los derechos sociales y a los deberes del Estado de garantizarlos.

Y, por el otro lado, la idea de democracia aparece restringida a la decisión de la mayoría, comprometiendo seriamente la estabilidad constitucional e institucional del país. Este reduccionismo retorna el concepto de democracia a los tiempos de la segunda guerra mundial, cuando ante los excesos de las mayorías fue necesario preguntarse por el lugar y la preservación de las minorías políticas en sistemas denominados democráticos. Preocupación que cobra realce en una sociedad en guerra como la colombiana y que, por decisión de las mayorías, eligió como salida a la guerra la profundización de la misma.

Finalmente, si bien es cierto que el efecto del discurso del Estado de Opinión permite crear el clima favorable para emprender una defensa de las mayorías -las del Gobierno-, no debe tomarse tal defensa únicamente como la estrategia para fundamentar la reelección presidencial (que es cierto), el asunto es de más profundidad, y para entender la importancia de la cuestión es conveniente prestar oídos a las palabras del propio Presidente cuando afirma que lo importante es el proyecto de Gobierno más que su reelección. Efectivamente, no es sólo la figura del Presidente y su obstinación con el poder lo que está en juego, sino, y ante todo, el proyecto de sociedad que él representa y del cual el Estado de Opinión es la síntesis de la democracia que este Gobierno está dispuesto a instaurar.